Me hubiera gustado estar allí...


Como Pedro por su casa y Paul por la de Pedro. Así se comportaron anoche, en el Teatro Jovellanos, mister Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el señor de las Artes de este año. Ante fondo encendidamente rojo y frente a más de mil admiradores/as, desnudaron secretos creativos y alumbramientos literarios. Y tanto coincidieron en materia gris y forma de trabajo que acabaron poniendo parentesco al encuentro. «Somos como primos», dijo Auster a la primera concurrencia de procedimientos. Y como parientes quedaron el resto de la larga velada, que comenzaba bien pasada la hora prevista (20.30 horas) y ponía en el escenario a los protagonistas a punto de cumplirse las nueve de la noche.

Antes de su ovacionada aparición, Jorge Herralde, el editor de ambos, de la única novela de Almodóvar 'Patty Diphusa' (mil veces reeditada y traducida a 34 idiomas) y de todas las de Auster, hacía recorrido exhaustivo por las apoteósicas carreras de quienes serían sus contertulios en un pretendido salón doméstico. Mientras pasaba sus páginas y ofrecía sus datos, silencio total en el patio de butacas. Emoción y palmas preparadas nada más anunciar la entrada de los esperadísimos invitados. Aplausos intensos al quedar sus figuras unidas en la boca del escenario. Primero reverencias. Más pronunciada la de Almodóvar, algo contenida la de su colega de premio, que parecía tirar del de Calzada de Calatrava para evitar devoción a un público que aún no conocía.

Acompañados por los aplausos toman asiento. «Voy a fingir ser un moderador», espeta Herralde, después de advertir que se sentía incapaz de moderar de algún modo a Almodóvar. En el primer intento se dirige al cineasta para preguntarle por un proyecto que tiene aparcado y, según contestó, aparcado seguirá. En el segundo, mira al novelista y no hay literatura ni cine en su pregunta. Sólo Sophie, la hija de Auster, que atiende no sin cierta sorpresa el devenir del encuentro. Logra el editor que Auster hable de su hija, de cómo canta y de cómo actúa y del poco caso que le hace cuando no está bajo los focos. A Almodóvar le gusta el tema e insiste: «¿Es difícil dirigir a tu hija?». «Hombre, es difícil, pero hay una relación profesional, ensayamos mucho, hablamos mucho. En realidad, hacemos lo mismo que hago con el resto de los actores».

No había hecho más que comenzar la noche y Pedro, que dijo tres veces estar a gusto en Oviedo (a la tercera no hubo perdón y sí abucheo), temió que «no funcionara el tripartito», algo que si llegara a ocurrir les obligaría a sacar a Sophie Auster a cantar al escenario, «pero sólo como último recurso». La sentencia obró de revulsivo y, la velada encontró su ritmo con una intensa cuestión planteada por Herralde, que interrogaba a los dos genios por la fórmula mágica para lograr una «transparencia literaria y cinematográfica» en medio de una proliferación de historias, dentro de cada historia. «Paul dijo una vez», contesta Almodóvar, «que soñaba con escribir un libro en el que no se notara que había sido escrito por alguien. Yo también soñaba con eso. Quiero ser claro y transparente, pero me interesan también los elementos herméticos y, efectivamente, quiero que el espectador no los vea, que crea que le cuento un relato sencillo de una manera lineal». Algo, añade, que es sólo pura apariencia. Para explicar cómo convive esa intención con la «inflación de ideas», regresó a la infancia. «Ya me decían en el pueblo que tenía mucha imaginación. Pero la imaginación no es suficiente, puede, convertirse en un adversario, distraerte del verdadero sentido».

Escuchaba atentamente Auster, y aunque la traducción le hacía reaccionar con segundos de distancia a las sentencias de su compañero, anotó todas como propias. «Nos enfrentamos de la misma manera a nuestro trabajo. Cuando yo era joven me perdía en un laberinto de historias. Tuve que obligarme literalmente. Han sido años de lucha para poder conjugar historias. Creo que es interesante hacer un collage entre varias historias que conviven en el tiempo y entre ellas dejar un espacio para respirar que nos da energía y hace emocionante el hecho de leer». Contó más adelante que cada libro es un nuevo mundo. «Como si escribiera el primero, me enfrento a nuevos errores. Pero ahora sé que cuando no puedo acabar ya no estoy perdido. Me relajo y pienso, si he llegado aquí la conciencia de la historia encontrará el camino. ¿Y tu sientes pánico alguna vez?», le pregunta Paul a Pedro. «Sí, claro, pero yo le soy infiel a la historia y cambio. Tengo el escritorio lleno de ideas y si no me funciona una me meto con otra».

Llegado a este punto, un nuevo encuentro de maneras. Ambos confesaron escribir sobre ideas que «necesitan tiempo de cocción, que viven con uno varios años y van creciendo dentro» y luego se transforman y «cambian de sexo, de ideología y de trabajo». Lo decía Almodóvar y asentía Auster. «Me pasa absolutamente lo mismo. Mis libros habitan mi cabeza ocho y diez años. Comienzo a escribir y todo empieza a cambiar». Y de nuevo las coincidencias. Las hay también en la contemporaneidad de sus respectivas obras y en el uso que ambos hacen de todo su entorno vital. «Mis películas son autobiográficas, pero en ninguna cuento mi vida», sentencia Almodóvar, tras escuchar a Auster contar anécdotas de existencia que han llegado a sus libros, con idéntica «mínima intención autobiográfica».

Eran casi las diez de la noche cuando las prometidas preguntas del público asomaron al teatro. La primera, sobre 'Brookling Follies', la última novela de Auster y el «purgatorio de Tom», uno de sus personajes principales, que para su autor no es tal «sino una manera lógica de llegar a su destino». La segunda iba dirigida a Almodóvar. Quería saber Borja González si escribe sus personajes el manchego pensando en actores concretos. «Sólo en tres ocasiones, para Maura, Abril y Penélope». Al autor de 'Leviatán' le pidieron comentario sobre las «fáciles» elecciones lectoras del mundo. Contestó el de Nueva Jersey que «la vida es suficientemente difícil y si un libro da placer, bienvenido sea el libro más fácil». Y un poco de cine, que todo fueron palabras. Natalia Quintanal preguntó por la pasión terminal de 'La ley del deseo' para saber si sus protagonistas hubieran podido sobrevivir al amor. «Quería contar un encuentro altamente combustible. De lo que hablo es del deseo como una fuerza motriz incomparable».
Crónica y foto 'El comercio digital'

3 comentarios :

  1. Formidable encuentro, de los irrepetibles, a mí también me hubiera gustado estar allí.
    Dos perspectivas de un universo común, el de los grandes creadores, no es extraño lo de las coincidencias.

    Estupenda crónica.

    Un abrazo.

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  2. Por estar, reconozco que también me hubiera gustado...

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  3. A mí también me hubiera gustado, sí... Y tener una décima parte del genio creativo de estas dos fieras, también ;)
    Un abrazo.

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